Las estaciones. La anulación del tiempo. ¿Puede anularse un artificio? Quizá desenmascarándolo, como a los dioses de antaño; como al demiurgo de Las ruinas circulares, a quien una providencia ignota condujo a descubrirse ficción soñada por otro y a la trágica disolución de su personalidad.
Así el retrofuturismo al tiempo, linealidad soñada para evitar que los humanos enloquezcamos de eternidad, por un cosmos sin más voluntad que estar ahí.
Adorno barrococó para un vocablo mucho más simple, “retrofuturismo” no es más que el nombre de vedette que los ciclos emplean cuando se nos presentan en una tarima. Así, el steampunk nos recuerda que siempre hemos sido estos niños amantes de los juguetes, análogos en nuestra biología a las garras y colmillos y extremidades agilísimas de otros bichos mejor dotados. Así, todo lo “retro” nos recuerda el futuro y, atrapados como estamos en el transcurrir, nos parece un portento cada vuelta del sol, tenemos el descaro de afirmar la belleza de los horrendos recién nacidos, y nos derrumba un pavor tristísimo con cada fallecimiento.
Entretanto, el verano se nos burla malicioso cada vez que anhelamos su perpetuidad, y el invierno, de suyo impasible, no puede evitar un morbo diminuto al cubrir de blanca muerte los prados y nuestras vidas, porque, siendo el retrofuturismo ley esencial de la existencia, siendo los ciclos manifestación clara y tangible de una eternidad que se ha mentido abstracta, nos empeñamos en seguir confinados a una de las ficciones más pobres en la historia de los símbolos, esa linealidad, ese siempre hacia delante y hacia arriba, a quien hemos otorgado majestad divina en un gesto de servilismo pusilánime, y a quien nos referimos con el inapelable sinsentido de Tiempo.